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La ampolla de Asclepio - Conocer su propio rol

Más allá de las intenciones

por Andrea Pascale, psicólogo y psicoterapeuta

"…El corazón de las profesiones de ayuda es ético: se propone combatir la mentira, ante todo la que nos contamos a nosotros mismos…" (Luigi Zoja, "Más allá de las intenciones. Analiética y Si")

Una manera de afrontar el difícil campo de la deontología es partir de un paradigma preciso, el de la ética.

Hablo de paradigma porque considero la dimensión de la ética como una característica específica que posee el ser humano para dar sentido a toda su experiencia, a todos los datos que percibe su organismo, pero sobre todo a todas las acciones que su comportamiento lleva a cabo. Desde esta perspectiva ampliada, no podemos dejar de profundizar en el aspecto de la ética profesional, lo que tiene que ver exclusivamente con el trabajo y con los límites del papel que desempeñamos.

Este discurso destaca el estrecho vínculo entre ética y deontología, entre entender lo que está bien y lo que está mal y cumplir una tarea profesional bajo los deberes y derechos permitidos.

Lo más importante es resaltar estos temas cuando el papel tiene que ver de alguna manera con una profesión de ayuda, cuando el trabajo consiste en cuidar a alguien.

Quien tiene que tratar con las personas que necesitan cuidados, cualquiera que sea el nivel de sufrimiento y de fatiga humana, tiene el deber personal de seguir expresamente el camino de la ética, no para responder a indicaciones vinculadas a las normas vigentes, sino principalmente, y este es mi pensamiento al respecto, para una confrontación profunda, honesta y auténtica con uno mismo.

La ética en el trabajo no puede limitarse a ser un recurso para dar respetabilidad a la profesión, sino que debe ser una característica originaria de quien quiere realizar un acto donde es responsable de la salud de otra persona.

No creo, o no quiero creer, en las malas intenciones, en realizar acciones profesionales sabiendo que puedo dañar a alguien: lo que me parece importante subrayar es el riesgo de una difusa ausencia de conciencia.

Cualquier paciente o persona que se encuentre en una situación de sufrimiento, físico o psíquico, grande o pequeño, patológico o existencial, se encuentra necesariamente en la zona gris entre el bien y el mal: no puede dejar de sufrir la conciencia ética de quien lo toma a cargo, no puede más que confiar en sí mismo;

Para reforzar la protección de esta persona, las organizaciones de la sociedad civil han reunido un conjunto de reglas: lo que está permitido, lo que debe prohibirse absolutamente, qué castigos deben imponerse si se exceden los límites, qué procedimientos deben seguirse para hacer cumplir las normas e imponer sanciones.

Así nacen y existen los colegios profesionales y las asociaciones profesionales, que tienen la tarea de proteger juntos a ciudadanos y profesionales de quienes no están legitimados para hacer o trabajar: pero mi punto de reflexión quiere superar este nivel para llegar a una pregunta fundamental: ¿cuáles son los principios morales que las reglas ayudan a respetar?

Las posibles respuestas a esta pregunta no están presentes en los códigos deontológicos ni en los manuales de derecho ni tampoco en los códigos civiles o penales: todo esto tiene que ver solo y solo con la persona y con la confrontación consigo misma.

Los códigos tradicionales son a menudo insuficientes y paradójicamente, desde el nivel social y civil, es necesario volver a la profundidad personal, a la conciencia.

El famoso dictat "ciencia y concienzo" presenta de manera completa lo que es imprescindible para un profesional de ayuda: no solo un bagaje completo y siempre actualizado de competencias técnicas y conocimientos específicos del campo, sino también una clara referencia a la parte moral del profesional que tiene el deber de tratar de distinguir siempre lo que es justo de lo que no lo es, Y la mayor atención debe estar en primer lugar en su trabajo.

Por lo tanto, la ética no es una cuestión filosófica o abstracta, sino que es muy real, está estrechamente relacionada con la aplicación diaria y recae directamente en las personas, reales también, que se benefician o sufren, la actividad del profesional.

Quien hace un trabajo de ayuda no solo tiene el deber de "hacer bene" sino que también tiene el deber, absoluto, de "profesar bene" es decir, debe tener absolutamente claro dentro de sí lo que le está permitido y lo que no, lo que se adhiere a sus posibilidades de intervención y lo que no, cuáles son sus fronteras y cuáles son los territorios a los que no puede invadir.

Es necesario decir que no existe un sistema perfecto que pueda limitar al máximo hipotéticas transgresiones y entonces el camino solo puede ser el despertar de las conciencias: las de los ciudadanos que tienen el sacrosanto deber de informarse y de profundizar los conocimientos de quién o qué encuentran, las de los profesionales que deben rendir cuentas ante todo a ellos mismos.

Un profesional de ayuda no puede limitarse a expresarse con sinceridad, sino que tiene la tarea de practicar la sinceridad, más que en cualquier otro campo de trabajo.

En resumen, todo esto tiene que ver con un concepto preciso: la responsabilidad.

Tener responsabilidades no significa tener siempre certezas o seguridades, como por esencia es imposible en las cuestiones morales, sino que corresponde sustancialmente a una continua disciplina del "dubbio": el cuestionamiento del propio trabajo no por incompetencias técnicas sino por la sensibilidad que diariamente nos mantiene alerta ante una hipotética encrucijada respecto a lo que es correcto o incorrecto.

La atención debe ser alta precisamente para no equivocarse, la responsabilidad está precisamente en no creerse infalibles, la conciencia está en el lugar de la pregunta.

El peligro es ir en automático, seguir patrones repetidos que no permiten detenerse, que no impiden la práctica obtusa y simplista.

Todo profesional de ayuda tiene el deber ético de recordar que es una pequeña rama perteneciente a un gran árbol: la planta encierra y comprende todos los significados profesionales de las personas que están debajo y, dentro del sistema ampliado, regula su propio organismo.

Pero incluso antes de preguntarse cuáles son las normas en las que confiar, un trabajador que quiere cuidar de las personas debe aclarar honestamente, en su conciencia, a qué árbol puede pertenecer legítimamente: es aquí donde no puede contarse historias, Aquí es donde es inútil esconderse, aquí es donde solo tiene sentido la lealtad, porque es imposible escapar de uno mismo y de la propia veracidad…

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